La descarga de un rayo puede ser mortal para un ser humano, pero las marcas que dejan es todo un espectáculo natural.
Parecen ramificaciones. Tatuajes impresos en la piel, algunos muy sutiles, otros extremosos y brutales. El camino que traza un rayo al recorrer el cuerpo humano es, para el asombro de muchos, un espejo de su forma real.
La probabilidad de que un rayo caiga sobre una persona es bastante remota: de 1 por cada 300,000,000. No es fácil, pero tampoco se trata de una probabilidad mínima –por ejemplo, hay menos probabilidades de ganarte la lotería–.
Se estima que el 90% de los afectados por un rayo sobreviven. Sin embargo, la descarga eléctrica es tan fuerte que puede causar efectos de alta gravedad, que van desde convulsiones, parálisis y daño cerebral, hasta amnesia, quemaduras fuertes y paro cardíaco.
Un rayo puede calentar el aire circundante a 50,000°F (27,760℃), es decir, puede llegar a ser cinco veces más caliente que el sol, y puede contener hasta 1,000 millones de voltios de electricidad. En este sentido, tener la desdicha de encontrarse con un rayo, no es para nada un hecho fortuito con el que se lidie fácilmente.
Quienes han tenido la fortuna de sobrevivir a uno han quedado con cicatrices, no sólo en la memoria sino, de manera aterradora, también en la piel. Estas cicatrices son las figuras de Lichtenberg o arborescencias eléctricas… Árboles de luz.
Cualquiera que las vea diría que es un tatuaje diseñado en estudio. Pero lo cierto es que se trata de un preciosísimo (y a la vez espeluznante) patrón de fractales en la naturaleza del rayo. Sí, los patrones ramificados observados en las figuras de Lichtenberg tienen propiedades fractales, es decir, la misma figura se repite en diferentes escalas. Y cómo no recordar que la matemática natural está implícita en todo detalle. Una manifestación bella y (sin duda) temible de la naturaleza.